Cambio de bando

Escribió Bertrand Russell que lo que distingue al mundo moderno de los siglos anteriores se debe a la ciencia, que alcanzó su triunfo más espectacular en el siglo XVII. En ese espectáculo participa, en particular, el cálculo de derivadas que inventó Newton para describir el sistema del mundo con precisión exquisita. Desde la revolución Newtoniana las matemáticas han demostrado una capacidad asombrosa para describir el mundo natural y, en sazón, ser el motor de la sociedad tecnológica que hoy tenemos. Los viajes espaciales, la aviación comercial, las telecomunicaciones, los sistemas de posicionamiento geográfico, la predicción del clima son sólo algunos de los fenomenales ejemplos del éxito de las matemáticas aplicadas al mundo físico.

 Ese descomunal éxito para analizar y aprovechar el mundo físico estimuló la idea de que las matemáticas podían triunfar en otras disciplinas más grises, como las asociadas con la actividad del ser humano. Así resulta lógico que los primeros intentos ‑alrededor de la mitad del siglo XIX‑ de matematizar la “física” de las ciencias sociales– la economía – asemejaran ideas de la ingeniería y la física. Hay muchas analogías entre los métodos iniciales de la economía matemática y las leyes de la mecánica, la termodinámica y áreas científicas similares. Sin embargo, después de siglo y medio de matemáticas empleadas en economía, se podría argumentar –usando sucesos de rabiosa actualidad‑ que el papel de las matemáticas en las ciencias sociales está muy lejos de ser un éxito.

 En realidad, “economía” no es un término que se refiere a las cuentas de los hogares, los precios, la actividad industrial, las transacciones financieras o el déficit del estado. Es decir, no se refiere sólo a eso. La economía es una vasta disciplina que concierne lo humano a todas las escalas y en cualquier entorno, de los átomos de la sociedad –los individuos‑ a las constelaciones sociales –las estados o uniones de estados. La economía estudia desde la formación de las preferencias de un individuo hasta el comportamiento agregado de pequeños o grandes grupos; y desde lo inmaterial ‑ ideas e invenciones‑ hasta lo más tangible ‑los recursos naturales‑. Desde lo micro a lo macro y desde la materia gris a la verde. Los economistas se interesan por las fluctuaciones de precios o los mercados financieros, pero también por el modo en que las personas eligen pareja, cómo usan el tiempo, si son felices o por qué se divorcian. El área de influencia de la economía se confunde con la de la psicología o la sociología, la historia o la antropología, y también la biología o las ciencias medioambientales.

La economía es a las ciencias sociales lo que es la física a las ciencias naturales. Ambas tienen en común una interminable amplitud de intereses, pero también –y sobre todo‑ comparten el mismo carácter marcadamente científico. Ambas toman y procesan datos, buscan patrones, los formulan como leyes y ecuaciones, analizan éstas cuidadosamente usando matemáticas para obtener predicciones o explicaciones, y someten sus hallazgos a escrutinio con más datos y fenómenos contrastados.

Esa semejanza es producto de la actividad de una ola sin precedente de científicos de las ciencias duras que, a principios del siglo XX, se pasaron a las ciencias sociales, importando su cultura y modus operandi. Entre ellos están Frank Ramsey (1903-1930) en Cambridge y Harold Hotelling (1895-1973) en Columbia, que investigaron cuestiones tan críticas como el mecanismo del crecimiento económico o la explotación de recursos naturales, respectivamente, usando las matemáticas como método de conocimiento.

La lista de esos matemáticos o físicos que se cambiaron o trabajaron en el otro bando es larga y notable, probablemente motivados por construir un mundo mejor. En particular, en tiempos de crisis. El matemático y físico teórico holandés Tjialling Koopmans (1910-1995) –Premio Nobel de economía en 1975‑ explicó así su caso: “¿Por qué dejé la física a finales de 1933? En lo profundo de la depresión económica mundial sentía que las ciencias físicas estaban muy lejos de las ciencias económicas y sociales.”

Según el matemático y economista Kenneth Arrow –Premio Nobel de economía en 1971‑, se trataba de hacer compatibles los intereses sociales con las matemáticas. Arrow explica que “Harold Hotelling y después Tjialling Koopmans me sirvieron de ejemplo de cómo fundir estos fuertes sentimientos con la disciplina intelectual necesaria para incorporarlos a estructuras válidas. Ambos tenían un profundo compromiso con el bienestar social, pero también ambos recalcaban la importancia del análisis formal para evitar que degenerase en pura ilusión.”

Durante la primera mitad del siglo XX, el método matemático asentaba sus raíces dentro del extenso campo de la economía. Pero lo hacía muy lentamente. A pesar de los esfuerzos de los primeros pioneros de la matemática social de mitad del siglo XIX  y de la gran oleada de científicos que se cambiaron a lo social en la primera mitad del siglo XX, el modo general de hacer economía no era matemático.

El golpe definitivo que convirtió a la economía –y por extensión a las ciencias sociales‑ en una ciencia a la manera de la física se produjo en la década de 1940. Se debe a un cambio de bando más, uno excepcional como su protagonista, el matemático John von Neumann –científico total de formación ingeniera y matemática con aportaciones fundamentales en campos diversos. En colaboración con el economista Oskar Morgenstern desarrollaron una nueva teoría –diferente del cálculo inventado por Newton‑ específicamente diseñada para estudiar el comportamiento humano en sociedad: la teoría de juegos. Su colaboración apareció publicada en 1944 en un libro monumental –Teoría de Juegos y Comportamiento Económico‑, que revolucionó la ciencia social para siempre.

Cambiando de bando, los matemáticos e ingenieros contribuyeron a la matematización de las ciencias sociales, que es el síntoma inequívoco de la madurez de toda disciplina –como vino a decir Poincaré. Antes de la década de los cuarenta la economía –el estudio de lo social‑ era considerada una disciplina “histórica” más que “matemática”. Después, pasó de un bando al otro ‑el científico‑. Más tarde -tres siglos después- que las ciencias naturales.  ¿Y peor? ¿Por qué?

  1. Antonio Alba says:

    Gracias José Manuel por tu colaboración a difundir eso que tanto daño hace a la derecha… LA CULTURA. Un abrazo

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