Fusión ideológica
En su libro La catástrofe perfecta, Ignacio Ramonet compara la crisis financiera de 2008 con la caída del muro de Berlín. La crisis debería suponer para el sistema capitalista lo que el derrumbe de la famosa pared para el sistema soviético: un giro copernicano y un cambio de mundo. Sin embargo, no se han contemplado más giros mundiales que los sufridos por el eje de la Tierra a consecuencia de los terremotos de Chile en febrero de 2010 y de Japón en marzo de 2011.
Lo cierto es que cuando se desmanteló la URSS no se argumentó que era un catarro del comunismo, se dio por sentado que era el episodio terminal de un sistema nefasto. A pesar de la virulencia de la crisis actual, en cambio, ésta no se ha terminado considerando como un síntoma de la enfermedad sistémica del capitalismo sino uno más de sus estornudos –uno enorme, eso sí‑. Incluso, cuando el propio Alan Greenspan, responsable parcial del crack, reconoció –qué momento‑ ante el congreso norteamericano encontrarse en “estado de shock” porque su ideología de la superioridad del sistema de mercado libre es defectuosa.
No pasa el día sin que alguien señale desde algún lugar visible el escándalo que supone que no haya cambiado nada para que todo siga igual. Como notable muestra, vale la película terrorífica Inside Job (Charles Ferguson, 2010) que ha merecido el premio al mejor documental en la última edición de los Oscar y profusa referencia en opiniones indignadas de muchos analistas sociales y económicos.
En escenarios menos globales ‑ las próximas elecciones en España, de 2011 y de 2012‑ la sensación generalizada apunta a que todo seguirá igual –mal‑. Y que además seguirá a lo grande: cambie o no cambie algo, por ejemplo, un gobiernillo aquí o allá. Esa sensación se reafirma leyendo argumentadas observaciones, como que “Zapatero ha vaciado ideológicamente el PSOE, en economía no se distingue de la derecha” (José Luis Álvarez, EL PAIS 2/4/2011) o que “la frontera ideológica que distinguía a PSOE y PP –que era la protección pública de los derechos sociales‑ ha pasado a la historia” (Enrique Gil Calvo, EL PAIS 18/4/2011). En efecto, la percepción es que el debate ideológico se reduce a la crispación dipolar del “y tú más”.
Esta sensación de que “todos son iguales” no es nueva. Pero en el actual escenario mundial del “más de lo mismo” y nacional del “pues anda que tú”, la dialéctica ideológica deslumbra por su ausencia y el colapso de las ideologías se hace más aparente
En realidad, para explicar esa (con)fusión ideológica basta con que los partidos persigan inteligentemente el incentivo de ganar las elecciones –en particular, que estén dispuestos a “matizar” su posición ideológica cuanto sea necesario para ello. En los sistemas bipartidistas que predominan en muchos países, resulta que la izquierda y la derecha suelen acabar confundiéndose precisamente cerca de la posición ideológica mediana, es decir, aquella que tiene la mitad de las posiciones ideológicas de la población a su izquierda y la otra mitad a su derecha. Como es de esperar que cada ciudadano vote al partido más próximo ideológicamente, situándose en esa posición ambos partidos esperan recibir al menos la mitad de los votos (lo que, por otra parte, no hace sino acentuar el bipartidismo).
La teoría es vieja, la formuló en 1929 el norteamericano Harold Hotelling, que dejó su incipiente carrera de periodista para doctorarse en matemáticas y enseñar en Stanford y Columbia. Su trabajo predice, en efecto, que los dos partidos se situarán muy próximos a la posición mediana de una población cuyas ideologías se representan en un eje continuo desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Esa es la estrategia óptima de cada partido si no quiere perder, porque un desplazamiento ideológico hacia su ala dejaría la mediana más lejos de su posición que de la de su oponente, lo que supone recibir menos de la mitad de los votos, perder las elecciones.
Es muy interesante observar que se produciría el mismo mapa electoral –empate virtual‑ si los dos partidos mantuvieran su distancia ideológica, situándose equidistantes de la posición mediana. Así las identidades de cada lado se preservan, de paso éstos mejoran su imagen pública, y el debate político se enriquece. Sin embargo, la teoría de Hotelling explica que eso no sucederá: en esa configuración, cualquier partido mejora su cuota de apoyo –y gana las elecciones, por tanto‑ si se desplaza ligeramente hacia el centro. Como los dos lo harán, se desencadena una guerra simétrica de rebajas ideológicas, a la manera de una guerra de precios, hasta que se confluye de nuevo en la mediana, donde ya no hay incentivo a moverse. En España esa mediana está próxima a la socialdemocracia liberal (el “centro” de toda la vida) donde podemos encontrar a nuestros dos partidos mayoritarios discutiendo de sus cosillas.
La teoría se aplica si los partidos tienen el objetivo de ganar, a costa de “sintonizar” su posición ideológica. Ejemplos de “sintonización” ideológica abundan, basta seguir la trayectoria del discurso del gobierno en esta legislatura. Lo del objetivo lo tienen tan claro que lo declaran públicamente sin pudor. Que lo que cuenta es ganar lo volveremos a vivir muy pronto, en cuanto se celebre esa cosa que llaman debate electoral y se empeñen en explicarnos al día siguiente quién ganó la cosa.
En un reciente editorial, el periodista Iñaki Gabilondo preguntaba por qué nunca se encuentra el momento para afrontar las grandes cuestiones: “se nos van acumulando espesas, colosales interrogaciones que no queremos despejar, a mayor gloria de posiciones casi siempre muy conservadoras. Y son cuestiones que ejercen una formidable presión sobre nuestro día a día, sobre nuestra vida cotidiana”.
Pues la posible repuesta tiene ochenta años, y además es matemática. Para ilustrar su teoría Hotelling escribió entonces, refiriéndose a los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos, que “las verdaderas diferencias entre ellos, si alguna vez existieron, se desvanecen gradualmente con el tiempo aunque los problemas sean más importantes que nunca.” Bienvenidos a 1929.
Comparto contigo el articulo que has escrito, el centro es ese espectro ambiguo en el que desaparecen las ideologías como precio de la victoria electoral, lo cual plantea una vez más la necesidad de un cambio de modelo. Ahora la duda es ¿cómo plantear el cambio? ¿cuál debe ser la propuesta?